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Antonia Monedero, alias 'La Pendona', ya la tenía enfilada el Santo Oficio cuando tras condenarla en alguna ocasión no abandonó, pues era lo único que ... de comer le daba, la hechicería, la prostitución y la alcahuetería. Así que al reaparecer en Madrid en 1745 dándoselas de casi íntima del diablo pronto volvieron a someterla a un sorprendente juicio cuyas actas se conservan en el Archivo Histórico Nacional.
Ahí encontramos una descripción de la murciana: «Setenta años, mas mediana estatura, carriarrugada, entrecana, color algo moreno, frente grande, membruda, falta de dientes». La declaración de Antonia no convenció al fiscal. Así que propuso que fuera puesta «a cuestión de tormento «hasta que declare enteramente la verdad».
Se la consideró «embustera, supersticiosa, sortílega, perjura, blasfema, herética». También era sospechosa de «pacto expreso con el Demonio». Un testigo aseguró que ella intentó bautizar junto a un recién nacido una bolsa amniótica, por creer que eso le granjearía buena fortuna.
Las actas describen algún sorprendente ritual para conseguir el amor del amante deseado. Para ello, Antonia colocó dos velas en el suelo y ordenó a sendas enamoradas que se acostaran frente a ellas boca abajo.
Entonces pronunció esta oración: «Ánima más sola, la más sola, la más afligida, la más condenada, la más desesperada». Tras repetirla añadía: «Que en el infierno estás por la pena que esperas y la Gloria en que estás, me traigas...». Y aquí se incluían los nombres de los anhelados amantes. Entonces, se levantaban, daban patadas al suelo y echaban a un brasero romero. Luego, a la medianoche, repetían el conjuro, al que añadían el lanzamiento de cáscaras de avellana a la calle mientras musitaban: «Ni te las doy ni te las quito, en las faldas de la Virgen te las deposito».
Antonia, según las actas, advirtió a las señoras de que tras lanzar las cáscaras verían llegar a «dos cerdos» a cogerlas. Lo increíble es que en el proceso se asegura que así ocurrió. Y más sorprendente es la credulidad de los inquisidores.
Tres días después, 'La Pendona' les entregó una redoma con algo parecido a la clara de huevo. Les ordenó que la pusieran en ceniza caliente. Iluminada con velas, podía verse dentro el reflejo de hombres. Incluso «los casados iban pasando con sus mujeres [...] y los muertos se veían con las manos cruzadas».
La bruja también sabía encantar barajas de cartas para ver el futuro. Para eso bastaba ponerlas antes «debajo de cierta cosa que por indecentísima se omite nombrar en este sagrado sitio», advirtió el inquisidor.
Las vejigas y los vergajos [penes] de un carnero y un cerdo «compuestos con gotas de cera y alfileres atravesados» servían para atraer amantes. Debían envolverse en un pedazo del forro del abrigo del galán y colocar el envoltorio bajo la pata izquierda de la cama, en el lado donde durmiera el marido. Sí, provocando.
Otra fórmula consistía en mojar el semen del amante en algodones, hacer una torcida y encenderla cuando quisieran que volviera. Sin olvidar cómo a un tal Pérez, a quien «los cirujanos le habían cortado sus partes», le pidió que hiciera un hechizo para que volvieran a crecerle. Respecto a las riquezas, Antonia recomendaba cosas más peregrinas. Por ejemplo, echarse una gallina y un gallo a los hombros y comenzar a dar vueltas por el cuarto diciendo: «Quién me las compra, porque las vendo». Así una y otra vez, hasta que oyera un grito: «¡Yo!». Era el demonio. Cuando volviera a oírlo debían soltarse las aves y «hallarían en el suelo del cuarto el dinero».
Curioso es otro cargo que la culpaba de dominar fenómenos meteorológicos. En concreto, convocar tempestades para evitar que las vecinas, que andaban fisgoneando en las ventanas, vieran entrar a los infieles en casa ajena. «Alzando el brazo en ademán de conjurar el temporal, de improviso se levantó tal huracán» que obligó a las curiosas a cerrar las ventanas.
Práctica común era quemar romero, haciéndose cruces, en un brasero. Si la ceniza quedaba negra significaba que en la casa «había desazones». Si ardía muy rápido era señal de que pronto llegaría alguien «con ganas de lo que por indecencia no se puede decir». Imaginen. Total: se la condenó como «hereje formal» y que compareciera como penitente, con una vela de cera en las manos, con sanbenito de media aspa «y soga al pescuezo con dos nudos».
Así se le leyó la sentencia un 14 de noviembre de 1745. Incluía la confiscación de la mitad de sus bienes. Se le incautaron 14 ducados, un pañuelo con tabaco, «una imagen de Nuestra Señora de la Concepción», una mantilla remendada, dos rosarios de madera, «uno en las manos y otro en la garganta», y ungüentos.
También ordenaron que se le dieran «doscientos azotes por las calles públicas». Pero Antonia, con la mano sobre los evangelios, se retractó de sus errores dos días después: «Abjuro, detesto y anatematizo toda especie de herejía que se levante contra la Santa Fe Católica».
Entonces declaró que «oye Misa y confiesa y comulga en los tiempos que manda la Santa Madre Iglesia». Demostró que sabía recitar el Padrenuestro, el Ave María, el Credo y la Salve Regina «en romance bien y respondió con bastante inteligencia a los misterios de la Santísima Trinidad y Encarnación».
De igual forma, reconoció que se instruía en las ciencias ocultas. De hecho, sacó a un «hechicero viejo» de un hospital para que la enseñara. En ese tiempo lo mantuvo en casa.
Pese a ello, no logró convencer al tribunal. Aunque se libró de los azotes porque los médicos advirtieron de que no los soportaría por su vejez. El veredicto del fiscal fue demoledor. Acusó a Antonia de reincidente pues tras estar presa en Valencia, «en lugar de arrepentirse y tratar de salvar su alma [...] ha cometido nuevamente los mismos delitos».
La decisión fue que 'La Pendona' fuera recluida en Murcia. Consta su llegada en otra acta firmada en 1746. ¿A dónde? A la llamada Casa de Recogidas, la que fundó el cardenal Belluga en Santa Eulalia. Ella la inauguró y allí permaneció hasta el año 1758. Otra cosa es que saliera a su antojo.
Las condenadas debían buscarse su sustento. Prueba de esta situación es que la peor de las reclusas, la yeclana María Castaño, otra que te pego, llegó a ponerse en huelga de hambre porque no quería salir a trabajar. ¿Murió allí Antonia Monedero? Según las actas, cuando la soltaron (o falleció) en 1758 ya tendría unos 83 años. Una edad más que considerable por mucho bruja y pendona que fuera.
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