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Entre 1610 y 1614, el puerto de Cartagena fue testigo de uno de los episodios más significativos y menos estudiados de la historia española: la ... expulsión de los moriscos. Esta diáspora forzosa, ordenada por el rey Felipe III, representó la culminación de un largo proceso de discriminación y desconfianza hacia los descendientes de los musulmanes convertidos al cristianismo. En total, se estima que unas 29.000 personas fueron desterradas a través del puerto cartagenero, un enclave fundamental en el Levante español del siglo XVII.
Cartagena, con su privilegiada situación en el Mediterráneo, era en el siglo XVII uno de los principales puertos de la Corona de España. Su infraestructura portuaria, ya utilizada desde la época fenicia y romana, era un activo estratégico tanto para el comercio como para la defensa del territorio.
En esta época, Cartagena era una ciudad amurallada y fuertemente militarizada debido a su importancia en la red defensiva de la Monarquía Hispánica. Las continuas incursiones de piratas berberiscos y las amenazas de los imperios rivales obligaron a reforzar su sistema defensivo, con murallas que protegían la bahía y un sistema de vigilancia permanente en las inmediaciones. La ciudad estaba organizada en torno al puerto, con un sistema de calles irregulares, iglesias, conventos y plazas que marcaban la vida social y económica de sus habitantes.
Si bien la población cartagenera no era muy numerosa en comparación con otras urbes castellanas, su dinamismo económico estaba vinculado a la actividad portuaria y comercial. Artesanos, comerciantes y marineros formaban el núcleo de su economía, y las embarcaciones que llegaban y salían del puerto transportaban todo tipo de mercancías, desde productos agrícolas y pesqueros hasta armas y tejidos.
Uno de los aspectos más desconocidos de la expulsión de los moriscos es la magnitud del contingente que partió desde Cartagena. De acuerdo con el licenciado Francisco Cascales, en sus 'Discursos históricos de la muy noble y muy leal ciudad de Murcia', entre el 18 de enero y el 22 de marzo de 1610 se embarcaron en Cartagena 6.552 granadinos. Posteriormente, entre el 26 de abril de 1610 y el 16 de agosto de 1611, otras 15.189 personas fueron forzadas a abandonar la península.
Estos datos fueron recogidos por el historiador Henri Lapeyre en su obra 'Geografía de la España morisca', quien agregó que aproximadamente 7.000 mudéjares murcianos fueron deportados entre finales de 1613 y comienzos de 1614. En total, la cifra de expulsados desde Cartagena alcanzó los 29.000 individuos.
Sin embargo, a diferencia de otros puertos desde donde también se llevaron a cabo expulsiones masivas, no se dispone de listas de embarque detalladas sobre los nombres y destinos finales de estas personas. Eso dificulta una reconstrucción precisa del proceso logístico y humano que implicó el destierro.
El proceso de embarque de los moriscos estuvo marcado por condiciones extremadamente duras. Las familias fueron separadas y tratadas como prisioneros a lo largo de su traslado hacia Cartagena. En la ciudad, eran recluidos en espacios controlados por soldados y funcionarios de la Corona, quienes se encargaban de vigilar que no escaparan y de mantener el orden durante el proceso.
Los documentos nos muestran, además de la situación de Cartagena y su puerto en aquellos momentos, las escrituras de donación de bienes, sobre todo para las hijas que se prometían con cristianos viejos para poder permanecer en su tierra, cartas del rey y otras autoridades relacionadas con estas expulsiones.
Los barcos destinados para su traslado eran, en su mayoría, mercantes y galeras fletados con urgencia para cumplir el decreto real. No obstante, las condiciones en estos navíos eran sumamente precarias. La falta de higiene, la escasez de alimentos y agua potable, y la masificación de los embarques generaron una alta mortandad entre los deportados.
El destino de estos moriscos variaba según los acuerdos que la monarquía española tenía con los reinos del norte de África y con otras potencias mediterráneas. Muchos fueron enviados a Túnez, Argelia y Marruecos, donde no siempre eran bien recibidos, ya que la desconfianza hacia los recién llegados también existía en esos territorios. En algunos casos, las embarcaciones nunca llegaron a su destino, hundiéndose en el Mediterráneo o siendo atacadas por piratas que esclavizaban a los pasajeros.
El destierro de los moriscos desde Cartagena nos recuerda que la historia humana está marcada por ciclos de migraciones forzosas, expulsiones y rechazos entre comunidades de diferentes credos, etnias y culturas. A más de cuatro siglos de estos hechos, vemos reflejadas las mismas dinámicas en crisis migratorias contemporáneas, como la expulsión de refugiados en diversas partes del mundo o el rechazo sistemático a quienes huyen de conflictos y persecuciones.
En la actualidad, el Mediterráneo sigue siendo escenario de tragedias humanas similares a la de los moriscos expulsados desde Cartagena.
La historia nos demuestra que el conflicto entre civilizaciones y religiones sigue siendo un problema sin resolver. En un mundo cada vez más globalizado, donde la migración es una constante, recordar y analizar episodios como la expulsión de los moriscos puede ayudarnos a buscar soluciones más humanas y efectivas a los problemas de integración y convivencia que, lamentablemente, parecen repetirse en la historia sin encontrar un desenlace definitivo.
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